Empresas que se instalan en el campo y la lucha contra la despoblación

22 ago 2019

6 min

Empresas que se instalan en el campo y la lucha contra la despoblación
autor
Ana Valiente

Periodista freelance

El medio rural, en el que vive el 20% de la población española, a pesar de abarcar el 80% del territorio nacional, se vacía a marchas aceleradas poniendo en peligro la subsistencia del entorno y con él actividades económicas claves como la producción alimentaria. El empleo es un factor estratégico para el desarrollo de esta denominada “España vacía”, pero las oportunidades, muy ligadas a empresas familiares o pequeñas pymes, escasean. En este contexto, ¿quién se atreve a emprender en una tierra de la que parece haberse ido todo el mundo?

El territorio español no está poblado de manera proporcional. Mientras que 1.360 pueblos subsisten con menos de 101 habitantes censados, hay 6 ciudades (Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza y Málaga) con más de 500.000 personas cada una. Esta distribución demográfica irregular, que responde a factores históricos, económicos y políticos, no es reciente. Se agudizó en la década de los 50 con el éxodo rural a ciudades industrializadas y en los últimos años se ha vuelto a acrecentar, poniendo en peligro la supervivencia de algunas capitales de comarca e incluso provincias del interior español.

Por qué impulsar la actividad empresarial en los pueblos

Con el objetivo de frenar la despoblación rural y dinamizar el tejido empresarial en lugares con pocas oportunidades de empleo, en los últimos años han ido apareciendo iniciativas que aspiran no solo a ofrecer apoyo a aquellos que quieran emprender una actividad profesional en áreas rurales y a sus trabajadores, sino también a funcionar como ejemplo.

En los años 60, las ciudades generaron unas expectativas que ya no existen. Hoy la gente necesita referentes entre los jóvenes que se han quedado en los pueblos, para ver que también se pueden llevar a cabo proyectos o trabajar en las zonas rurales y tener éxito”, explica Juanjo Manzano, uno de los fundadores de Alma Natura. Esta empresa se constituyó como asociación, primero, y empresa social, después, tras vivir la partida de muchos vecinos y familiares y la lucha de otros que se quedaron ante la falta de expectativas laborales. Hoy cuenta con 28 trabajadores y trabaja para que pueblos como el suyo, el onubense Arroyomolinos de León, con 965 habitantes, no desaparezcan.

Para ello, dicen, es necesario apostar por digitalizar y mejorar los sectores que ya existen, e invertir en nuevas actividades que revitalicen el territorio y lo hagan atractivo a ojos de locales y foráneos (como por ejemplo el turismo rural, la conservación del patrimonio o los servicios de ocio para quienes viven en los pueblos todo el año). De esta forma se evitará:

  • El envejecimiento de la población que se queda, ocasionando su exclusión social y poniendo en peligro el relevo generacional.

  • El abandono de la gestión ambiental, provocando daños como los incendios o la erosión.

  • La destrucción de las pequeñas pymes que aún se mantienen en pie y de los servicios básicos disponibles en función del número de habitantes (escuelas, centros de salud, transporte público).

  • La desaparición a largo plazo de lugares con historia, tradiciones y, en algunos, casos hasta dialectos.

Alternativas al ganado y los cultivos

Según el informe El medio rural y su vertebración social y territorial, del Consejo Social y Económico, el sector primario, en el que se engloban las actividades agrarias (ganaderas, agrícolas, pesqueras) y otras tareas relacionadas, como la silvicultura, el aprovechamiento forestal, el transporte de mercancías y la elaboración de alimentos, “sigue siendo determinante en la generación de la renta de los hogares correspondiente a las zonas rurales”. Es un sector predominante que, por otro lado, no genera rentas altas y que cuenta con una productividad media muy baja, lo que provoca que muchos decidan hacer las maletas.

La marcha de jóvenes y mujeres -los principales emigrantes- ponen en peligro la supervivencia de la “despensa” de España, o lo que es lo mismo, el medio en el que se produce la mayor parte de los alimentos que consumimos.

Una apuesta por la cultura de los pueblos

Uno de los grandes problemas de la despoblación de las áreas rurales es la pérdida de la idiosincrasia local. “Los pueblos han quedado relegados al olvido. De alguna forma se ‘forzó’ a las personas a que se fueran a la ciudad y ahora estos han perdido su idiosincrasia; por eso hay que apostar por ellos y reinventarlos”, dice Irene, una artista de 35 años originaria de Madrid que ahora vive en Villafranca del Bierzo (León), en pleno Camino de Santiago, en el que ha puesto en marcha un taller artístico.

Recuperar tradiciones, costumbres y valores no es un capricho moderno. Las creencias y los modos de comportamiento ayudan a crear un sentimiento de pertenencia necesario para saber de dónde se viene o hacia dónde se va. “Poner en valor la memoria colectiva, conocer el porqué de las tradiciones y trabajar la identidad en las escuelas” son algunas de las medidas que defienden empresas como Alma Natura para recuperar la cultura propia de los pueblos.

Un camino con muchos baches

Hoy Irene no echa de menos la ciudad y ha logrado vivir de lo que más le gusta allí donde más feliz se siente. Algo que para algunas personas funciona, pero para otras… todavía no. ¿A qué dificultades se enfrentan las empresas en las zonas rurales?

Cuestiones económicas

La falta de infraestructuras adecuadas y la accesibilidad a servicios básicos son dos de los principales obstáculos a los que se enfrentan los habitantes de pueblos con baja población. “En un pueblo necesitas el coche para todo. No hay tiendas cerca, cierran los colegios y nos condenan a marcharnos”, cuenta Rocío, una asturiana de 28 años que vive junto a su marido y su hija en el pueblo de Villapedre.

Tras estudiar magisterio infantil en Oviedo y vivir una temporada en Gijón, se dio cuenta de que lo que quería era vivir en su pueblo y sacarle partido al entorno. Una ilusión que, sin subvenciones ni impulsos iniciales, le resultó muy complicada. “Tengo muchas ideas, pero es muy difícil sacarlas adelante. Hablan de ayudas, pero entre impuestos, inversión inicial, gastos de desplazamiento…”, se queda unos segundos en silencio: “Aquí o te buscas tus propias salidas o no tienes por donde tirar”, dice. Ahora busca el apoyo de entidades locales y empresas privadas para encontrar soluciones sostenibles a sus potenciales proyectos.

Necesidad de arraigo

A Rocío le gustaría transformar una antigua casa familiar en una escuela de surf para los niños de los pueblos colindantes, o incluso gestionar un centro de interpretación en zonas protegidas. En cualquier caso, lo que tiene claro es que las ciudades no son lo suyo, una tendencia que empieza a crecer entre muchos de los habitantes de las grandes urbes, pero que no siempre llega a buen puerto, entre otras cosas por la falta de conexiones o lazos personales.

Y es que para que la creación de nuevas oportunidades dé sus frutos a largo plazo, también es necesario que los habitantes echen raíces y sientan lo que se conoce como “arraigo”. Muchas iniciativas locales trabajan para integrar a quienes ya estaban con quienes acaban de llegar, pero también para unir a los vecinos, salvando diferencias generacionales, sexuales y culturales. Para algunos expertos, la clave está en vincular los unos a los otros a través de aficiones, valores compartidos y necesidades comunes. Pero también hay que redefinir el concepto de “rural”, en el que históricamente los roles del hombre y la mujer han estado siempre muy marcados. De ahí que ellas hayan sido las principales en sentir ese desarraigo y en marcharse a las ciudades. Pero esto está cambiando.

Según explica Juanjo, para poder instalarse para trabajar en un pueblo “tiene que existir un arraigo, un enlace emocional. De lo contrario, muchos de los que vienen, en menos de cinco años se acaban marchando”.

¿Qué soluciones existen?

“El objetivo final es evitar que la gente abandone los pueblos”, explica Juanjo. Y es por ello que empresas como Alma Natura asesoran, forman, buscan financiación y ayudan a crear redes necesarias para poner en marcha proyectos empresariales que respondan a las necesidades del entorno.

Aunque emprender en el mundo rural sigue pareciendo una tarea solo apta para valientes cargados de paciencia y determinación -algo más fácil para quienes ya cuentan con un impulso en forma de empresa familiar o enlace-, hay algunas ayudas públicas enfocadas, en su mayoría, al sector primario. Su cuantía procede, en gran medida, de los fondos europeos de cohesión, aunque también cuenta con presupuesto de las Comunidades Autónomas:

  • Ayudas al fomento de la innovación tecnológica.

  • Ayudas a la creación y desarrollo de microempresas a través del proyecto LEADER.

  • Subvenciones destinadas a la promoción de las mujeres en el ámbito rural.

  • Nuevo impulso a la Titularidad compartida en las explotaciones agrarias, visibilizando el trabajo de las mujeres que solían aparecer como “cónyuges”.

  • Ayudas a la incorporación de jóvenes agricultores y a la empleabilidad de jóvenes entre 16 y 30 años inscritos en el programa de Garantía Juvenil.

  • Ayudas para la rehabilitación de viviendas a través del Plan Vivienda en pueblos de menos de 5.000 habitantes.

La aplicación de la tecnología en el sector rural, el desarrollo de las comunicaciones, la búsqueda de nuevos hábitos de vida saludables y el alto coste de las ciudades han diversificado las formas de entender y aprovechar el medio rural. El mito de que los emprendedores solo triunfan en la ciudad ha quedado obsoleto y, por suerte para la vida en los pueblos, ya hay quien se atreve a revertir la tendencia.

Foto de WTTJ

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